martes, 3 de septiembre de 2019

La Domesticación del Hombre por el Hombre, como estrategia totalitaria.



En la enciclopedia de Tlön se dice que la hipótesis más aceptada acerca de la domesticación de los hombres por los regímenes totalitarios, es que los grupos totalitarios estando al acecho de los hombres libres alteraron gradualmente la constitución de las comunidades sobre las que depredaban. Este proceso se inició probablemente con el imperio de Sargón El Grande luego de la conquista sobre los sumerios, otros indican que el comienzo cierto fue con el Imperio Chino y el Confucianismo, otros tantos discrepan de los anteriores y sostienen que es un fenómeno más reciente y data de La Revolución de Octubre Rusa.

Según esta hipótesis los totalitarios descubrieron que era ventajoso para ellos cazar únicamente a los hombres en sociedades enfermas. Exceptuaban de la caza a comunidades desarrolladas a fin de salvaguardar la vitalidad económica de otros lugares donde podrían acudir a gastarse lo saqueado.

Una estrategia común de los grupos totalitarios, como segundo paso pudo haber sido la defensa activa del rebaño frente a otros depredadores, ahuyentando a otros totalitarios rivales. La élite totalitaria pudo después levantar muros defensivos para mantener el rebaño de hombres encerrado en una especie de Jaula (país) con el fin de controlarlo y defenderlo mejor.

Finalmente, la élite totalitaria y sus redes de poder comenzaron a hacer una selección más cuidadosa de los hombres con el fin de que se adecuaran a sus necesidades. Los hombres más rebeldes y libertarios, los que mostraban una mayor resistencia al control totalitario, eran los primeros en ser reprimidos, encarcelados, expulsados o asesinados. También aquellos que fuesen más críticos y curiosos. (A los totalitarios no les gustan los hombres cuya curiosidad y crítica los lleven lejos de la línea que imponen.) Con cada nueva generación, los hombres se hicieron más indolentes, más sumisos y menos críticos.

Por otro lado, los totalitarios pudieron haber capturado y «adoptado» un hombre antes rebelde, engordarlo durante los meses de abundancia y hacerlo jugar como pieza del ajedrez político en tiempos de crisis. En algún momento en la comunidad asaltada y controlada por los totalitarios se empezó a tener un número mayor de hombres indolentes y sumisos (el nuevo hombre) que hombres rebeldes, críticos y libertarios. Algunos de estos nuevos hombres alcanzaron la pubertad y comenzaron a procrear. Los hombres rebeldes fueron los primeros en ser sacrificados, encarcelados, perseguidos o expulsados. A los hombres más sumisos y colaboradores se les permitía vivir más y procrear. El resultado fue un rebaño de hombres domesticados y sumisos.

Estos hombres domesticados proporcionaban una base justificadora para la toma del poder de modo permanente, a la vez que ofrecen fuerza bruta, potencia muscular y apoyo en las redes de inteligencia. La fuerza laboral extremadamente barata, las riquezas y los recursos de la comunidad (país) que hasta entonces eran manejadas por todos los hombres según su emprendimiento y trabajo ahora le pertenecían solo a la élite totalitaria, incluso los mismos hombres siervos eran de su propiedad.

Sin embargo, desde el punto de vista del hombre, y no de la élite totalitaria, es difícil evitar la impresión de que para la inmensa mayoría de los hombres domesticados la revolución fue una catástrofe terrible. Su «éxito» carece de importancia. Un hombre libre que se halle al borde de la extinción está probablemente más satisfecho que un hombre siervo que pasa su triste vida dentro de una jaula minúscula, inmerso en la necesidad y alimentado a bajo costo para justificar la permanencia de los totalitarios en el jugoso poder. El hombre libre espiritualmente satisfecho no estará menos contento por ser uno de los últimos ejemplares de su especie en la comunidad totalitaria. El éxito numérico de la especie del hombre siervo en un país totalitario es un pobre consuelo para el sufrimiento que el individuo soporta.

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