En la enciclopedia de Tlön se dice que la hipótesis más aceptada acerca de la
domesticación de los hombres por los regímenes totalitarios, es que los grupos totalitarios
estando al acecho de los hombres libres alteraron gradualmente la constitución
de las comunidades sobre las que depredaban. Este proceso se inició probablemente
con el imperio de Sargón El Grande luego de la conquista sobre los sumerios, otros indican que el comienzo cierto fue con el Imperio Chino y el Confucianismo, otros tantos discrepan de los anteriores y sostienen que es un fenómeno más reciente y data de La Revolución de Octubre Rusa.
Según esta hipótesis los totalitarios descubrieron que era ventajoso
para ellos cazar únicamente a los hombres en sociedades enfermas. Exceptuaban
de la caza a comunidades desarrolladas a fin de salvaguardar la vitalidad económica
de otros lugares donde podrían acudir a gastarse lo saqueado.
Una estrategia común de los grupos totalitarios,
como segundo paso pudo haber sido la defensa activa del rebaño frente a otros
depredadores, ahuyentando a otros totalitarios rivales. La élite totalitaria pudo
después levantar muros defensivos para mantener el rebaño de hombres encerrado
en una especie de Jaula (país) con el fin de controlarlo y defenderlo mejor.
Finalmente, la élite totalitaria y sus redes de
poder comenzaron a hacer una selección más cuidadosa de los hombres con el fin
de que se adecuaran a sus necesidades. Los hombres más rebeldes y libertarios,
los que mostraban una mayor resistencia al control totalitario, eran los primeros
en ser reprimidos, encarcelados, expulsados o asesinados. También aquellos que
fuesen más críticos y curiosos. (A los totalitarios no les gustan los hombres
cuya curiosidad y crítica los lleven lejos de la línea que imponen.) Con cada
nueva generación, los hombres se hicieron más indolentes, más sumisos y menos críticos.
Por otro lado, los totalitarios pudieron haber
capturado y «adoptado» un hombre antes rebelde, engordarlo durante los meses de
abundancia y hacerlo jugar como pieza del ajedrez político en tiempos de crisis.
En algún momento en la comunidad asaltada y controlada por los totalitarios se empezó
a tener un número mayor de hombres indolentes y sumisos (el nuevo hombre) que
hombres rebeldes, críticos y libertarios. Algunos de estos nuevos hombres alcanzaron
la pubertad y comenzaron a procrear. Los hombres rebeldes fueron los primeros
en ser sacrificados, encarcelados, perseguidos o expulsados. A los hombres más
sumisos y colaboradores se les permitía vivir más y procrear. El resultado fue
un rebaño de hombres domesticados y sumisos.
Estos hombres domesticados proporcionaban una
base justificadora para la toma del poder de modo permanente, a la vez que
ofrecen fuerza bruta, potencia muscular y apoyo en las redes de inteligencia. La
fuerza laboral extremadamente barata, las riquezas y los recursos de la comunidad
(país) que hasta entonces eran manejadas por todos los hombres según su
emprendimiento y trabajo ahora le pertenecían solo a la élite totalitaria,
incluso los mismos hombres siervos eran de su propiedad.
Sin embargo, desde el punto de vista del hombre,
y no de la élite totalitaria, es difícil evitar la impresión de que para la inmensa
mayoría de los hombres domesticados la revolución fue una catástrofe terrible. Su
«éxito» carece de importancia. Un hombre libre que se halle al borde de la
extinción está probablemente más satisfecho que un hombre siervo que pasa su triste
vida dentro de una jaula minúscula, inmerso en la necesidad y alimentado a bajo costo para justificar
la permanencia de los totalitarios en el jugoso poder. El hombre libre espiritualmente satisfecho no estará menos contento por ser uno de los últimos ejemplares de su especie en la comunidad totalitaria. El éxito
numérico de la especie del hombre siervo en un país totalitario es un pobre consuelo para el
sufrimiento que el individuo soporta.
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