Hay poemas que cuando uno los lee reflejan sentimientos con tanta fuerza que nos marcan y se nos quedan
en el alma, en la memoria a largo plazo.
Así me
ocurrió con Los Heraldos Negros de Cesar Vallejo.
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Su primer verso es de una fuerza como pocos,
para mí es uno de los mejores primeros versos de un poema en castellano, como
esos primeros párrafos de esas novelas que nos marcan, “Muchos años
después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había
de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…” de Cien años de Soledad.
Si uno se ha criado como católico, creyente en el Dios amoroso del nuevo testamento ¿Qué es
lo peor que podría pasar?
Hay
golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios.
Golpes como del odio de Dios.
Solo imaginarse que todos los desengaños, todas
las traiciones, todas las derrotas, todas las tristezas, todos los sinsabores
que uno ha sobrepasado en la vida no se atenuaran, no se olvidaran sino que
persistentemente se acumularan con todo su peso en nuestros recuerdos, en
nuestro corazón y nuestra alma; es terrible. Sí no existiese el olvido. ¡Cómo describirlo!
Como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma...
En cada momento de la
vida se sufren golpes, unos superables, tonterías, como un vaso roto, otros nos
marcan, nos definen, nos atormentan
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Golpes tan fuertes que pareciera que no hay
retoño de esperanzas, ya que de Atila, el rey bárbaro que doblego al imperio
romano, se decía que donde pisaba su caballo no retoñaba la yerba. O son avisos,
premoniciones de muerte.
Son golpes como cuando se pierde la fe en la
religión y en el dios que desde niños nos ha acompañado, o como la perdida de
nuestra fe en la ideología revolucionaria que ofrecía un paraíso futuro y nos
entrega un infierno en el presente. O son golpes suaves, simples, sencillos,
como el quemarse un pan en el desayuno, o discutir por una tontería con quien
nos ama, golpes simples que se repiten, que se multiplican y se empozan en el alma.
Son las caídas hondas de los
Cristos del alma
de alguna fe adorable que el
Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las
crepitaciones
de algún pan que en la puerta del
horno se nos quema.
Indefensos y mortales
ante la fuerza de un pasado, de un presente y un futuro lleno de golpes y tal
vez de culpa, en ese revisar de lo vivido en un instante, que puede durar lo que
una mirada.
Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos,
como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Venancio Loval
Hermoso ♡
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